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Hay un debate abierto sobre el precio a pagar por mantener nuestro cerebro constantemente conectado en un mundo digital. Hemos perdido memoria y poder de concentración, pero hemos ganado agilidad mental ¿Somos más versátiles ahora o estamos perdiendo facultades? ¿Los humanos del futuro serán más tontos o serán más listos?

Cuando una nueva tecnología penetra a gran escala en la sociedad, acaba transformándola. Internet es la que más intensamente lo hace. No solo modifica la conducta de las personas, también altera los procesos cognitivos y crea nuevos mecanismos mentales.

La experiencia que vivió la televisión es un buen ejemplo de esto. Nada más llegar a los primeros hogares, se pensó en sus posibilidades pedagógicas. Incluso se llegó a creer que podría sustituir a las escuelas. Sin embargo, desde el principio, los programas educativos fueron minoritarios frente a otros contenidos más insustanciales. Así se ganó el apodo de “caja tonta”. En sí misma, la televisión no hace a los niños ni más inteligentes ni más idiotas. Su poder transformador no depende de qué es, sino de cómo se utiliza.

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La interactividad era el talón de Aquiles de internet. En los 90 se pensaba que si cualquiera podía publicar su opinión en foros y blogs, la red se llenaría de estupideces y se obstaculizaría el acceso a la información fidedigna. Pero esa pluralidad de voces solo es una barrera para quien no sabe buscar.

El problema no parecía estar en perder el tiempo persiguiendo un dato concreto, sino en hacer muchas cosas a la vez. En su libro «¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Superficiales», Nicholas Carr alertaba de cómo las multitareas digitales estaban reduciendo nuestra capacidad de concentración. Si educamos nuestra mente favoreciendo lo inmediato, perdemos profundidad en el conocimiento. Podemos apreciar muchos más detalles por segundo, pero no significarán nada después.

 

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Actualmente, la visión de Carr de tontos distraídos tiene sus opositores, para los cuales internet favorece las conexiones entre personas, permitiendo que en la divulgación de opiniones se construyan superestructuras de pensamiento. Clive Thompson, en su libro «Más listo de lo que piensas: cómo la tecnología está cambiando nuestras mentes para mejor», ve el asunto con más optimismo: conceptualmente, internet es una herramienta colaborativa que permite profundizar en cualquier asunto hasta el infinito.

Kevin Drum sospecha en un efecto intermedio: que internet hace más listos a los listos y más tontos a los tontos. Tener éxito en la caza de la información requiere un entrenamiento y una inteligencia previa, que ayude a discriminar entre lo posiblemente cierto y lo posiblemente falso. Sin ella, internet es un laberinto donde rendirse al engaño.

Es pronto para sacar conclusiones definitivas, pero algo es inequívocamente cierto: internet está transformando la manera en que procesamos la información. Nuestra mente es plástica y se adapta a las nuevas necesidades, desarrollando nuevas habilidades y perdiendo otras rápidamente. No solo somos diferentes a nuestros padres, ya somos diferentes a nuestros hermanos, con cerebros que tienen a comportarse como terminales neuronales que trabajan en red.