Nada es comparable a cumplir los 18, ese momento mágico en que los jóvenes acceden al mundo adulto. Uno de los sueños de los adolescentes era llegar a esa edad para sacarse el carné de conducir, pero las cosas están cambiando. Las agencias de publicidad viven una contradicción: sus nuevos anuncios repiten los mismos clichés de siempre para intentar vender coches, cuando hace tiempo que estos dejaron de ser símbolo de libertad y status social.
Los privilegios de la industria del automóvil están a la altura de su poder. Tras el escándalo de Volkswagen, Bruselas ha preferido cambiar la ley y elevar los niveles de emisiones antes que plantar cara al fraude. Como los empleos que genera la automoción son vitales para los estados, reciben una protección especial. Además de las ayudas directas a las empresas, también las hay para estimular el mercado. Estas subvenciones tipo plan renove no están destinadas a retirar los coches viejos, sino a su reemplazo por coches nuevos; no buscan la reducción definitiva del parque automovilístico, sino perpetuarlo.
La producción no puede detenerse sin trastornar la economía mundial. Para que los precios no caigan cuando baja la demanda y la oferta se desborda, los coches nuevos que no encuentran comprador se pudren a la intemperie en grandes parkings por todo el mundo. Pero el lobby de la automoción tiene otros motivos para preocuparse: nuevos hábitos de consumo están cambiando la percepción del coche en la sociedad.
A nivel mundial, la población sigue concentrándose en áreas urbanas, donde el auto representa un medio de transporte cada vez es más caro, molesto y menos eficiente. Las ciudades pensadas para ir a todas partes en coche ahora emprenden el camino inverso, planeando políticas de proximidad. El tráfico desde las periferias residenciales a las industriales y hacia los centros urbanos están siendo revisado a fin de reducir los desplazamientos.
Pekín es un buen ejemplo de este problema: el 80% de la población se movía en bicicleta antes de la expansión económica china, pero ahora suma a su parque automovilístico 1.200 coches nuevos diariamente. La contaminación es un problema tan serio que ha convertido el uso de la bicicleta en una temeridad, sin que las autoridades encuentren el modo de darle la vuelta a la situación.

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En España, la crisis está obligando a modificar los modelos productivos. El mundo digital no solo posibilita nuevos trabajos que se realizan desde casa, también permite una optimización del consumo, con plataformas para compartir coche como Uber y Blablacar. El aumento de la confianza en el comercio online y el desarrollo de apps favorecen nuevos servicios de uso compartido, préstamo y alquiler entre particulares, como Drivy. La dependencia hacia el auto en propiedad está siendo cuestionada desde muchos frentes. El coche ha dejado de ser algo necesario e inevitable para convertirse en un lujo aparatoso.
Son los jóvenes quienes están cambiando el paradigma. En Alemania, en 2012, solo el 7% de los coches nuevos fueron comprados por veinteañeros, cuando 10 años antes la cifra era más del doble. En Estados Unidos, el número de menores de 34 años sin carné aumentó un 5% en la década de 2000 a 2010. En España, desde los años 80 hasta ahora, los conductores menores de 24 años han pasado del 20% al 8%, y de 25 a 44 años han pasado del 59% al 45%. Desde que comenzó la crisis, las autoescuelas españolas han tramitado un 50% menos de licencias.
Una nueva sensibilidad colectiva empieza a rechazar el coche, pero el cambio de mentalidad podría llegar más lejos. Ahora no solo valoramos la salud del medio ambiente, los artículos de km. 0 o el consumo colaborativo. También afecta a la vieja concepción individualista y competitiva de la sociedad, hacia una nueva reivindicación de lo público, donde los límites estrictos de la propiedad privada y la exclusividad personal quedan obsoletos.